lunes



No tengo miedo de contarte
Que hoy
toda sensación de caída
irremediablemente acaba en tus brazos.
Que siendo largos y tibios,
aparecen como el mejor refugio.

Que pienso que tu pecho es gigante.
Y me envuelvo en él porque es el mejor lugar,
la más acogedora estación.
Y que allí, perpetua, diminuta,
puedo escuchar cómo respiras.
Sentir, o esperar sentir,
que tus bocanadas aumentan cuando estoy cerca.
Que tu sangre se vuelve más entusiasta,
que se agolpa por intentar aumentar su velocidad.
Y soñar, que nada puede separarme de ese espacio inmenso que existe entre tus brazos.

Porque es cierto,
no te amé desde la primera vez que te vi.
No fue en ese momento cuando descubrí que me podías descubrir.
Pero hoy lo hago.

Hoy sé que tu boca es la mejor aliada de la mía,
que es posible que juntas construyan la mejor armonía
y que sin miedo,
se encuentren y amen ellas solas,
como si fueran individuos separados de nuestros cuerpos,
sintiendo que se han encontrado.

Hoy veo
a través de tus ojos,
partes de mí que no conocía,
que quizás ayer no existían.
Y es que tus ojos, esos ojos oscuros
ese camino calmo,
son la manera en que me quiero ver.

Y es cierto, incluso hoy
adolezco de mi misma.
Carezco de fuerza.
Me sobra el miedo y la carne,
las lágrimas y el miedo.
La niñez, la ansiedad, la debilidad.
Pero es con tu cuerpo a mi lado,
sólo con ese vínculo de piel (tu piel y mi piel)
tremendo instante,
es que he sentido que puedo también completarme.

Amarte hoy,
desde antes de ayer,
y desde que lo descubrí,
ha sido crecer.